domingo, 14 de octubre de 2012

Just a lonely place


Huele a noche de invierno estancada en momento lluvioso, huele a esa húmeda soledad que se cala y te enfría hasta el corazón.


Todos tenemos un cajón oculto lleno de recuerdos preciosos, recuerdos que aunque se van yendo al fondo son irrepetibles. Recuerdos, simples recuerdos que acaban como un instante borroso dentro de una memoria marchita por las decepciones y el tiempo pasando y resquebrajando todo lo que encuentra en su interior.  Y, siempre, siempre, siempre, quedarán esos recuerdos oscuros y dolorosos, esos que, al recordarlos son como una piedra arenosa que se destroza en tu mano, pero se queda ahí, diminuto y casi invisible, pero palpable al tacto, respirable y doloroso como siempre lo ha sido y lo seguirá siendo, doloroso como una decepción, doloroso, doloroso como la húmeda soledad que te corroe por dentro.

Hay recuerdos de muchos tipos; buenos, malos, vacíos... Pero todos son importantes en la vida para sonreír cuando lloras, para correr cuando el mundo te dice que pares, para recordar que no sabes quién eres pero debes seguir buscando y, para recordarte que lo que hoy entristece, mañana no será mas que un recuerdo vacío rodeado de otros recuerdos de la misma índole pero felices y abrumadores.

Recuerdos de invierno que enfrían todo tu corazón,
recuerdos de verano que nublan tu razón,
recuerdos de primavera que te hacen perder la razón,
recuerdos de otoño que te desgarran sin compasión.
Recuerdos que entristecen, 
esos que te dejan triste, solo y sin respiración.

Pero, al fin y al cabo, todos son eso, ni mas ni menos que recuerdos. Y duelen todos. Duele no revivir los momentos alegres, duelen los momentos tristes vividos y mueren los recuerdos que pudieron ser y al final nunca fueron. En efecto, todo duele, pero todo se cura y, si no lo hace, al menos, deja de sangrar.


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