jueves, 24 de enero de 2013

Fuera de Juego


Cuando muera el árbol que yo mismo vi crecer sabré que mi vida ha terminado.

La vida no pasa rápido si no quieres, puede ser lenta como el movimiento de una hoja mecida por el viento. Yo decidí vivir rápido y ahora, cuando las hojas de aquel árbol caen solo pienso en las miles de cosas que podría hacer, los primeros sentimientos que podrían resquebrajar mi piel y que, por desgracia... Ya lo han hecho.

He vivido mi vida como un adulto desde que tengo uso de razón y he perdido segundos infinitos en un mundo de pasiones que ahora no me aportan nada porque ya las conozco. He de recordar las sensaciones una y otra vez para sentirme bien porque el resto del tiempo estoy vacío y, las ambiciones se van agotando como la vida del árbol que yo mismo planté. El mundo me conoce tan bien como yo lo conozco a él y ya no me muestra nada porque ya no me queda nada por ver. Desearía olvidar tantos momentos para que fuesen de nuevo la primera vez... Desearía tener 19 años de verdad y no estar encerrado dentro de un cerebro que ya ni siquiera reconoce su edad.



La vida te da todos los momentos de felicidad que necesitas, ni uno menos ni uno más. 
 No los malgastes todos a una temprana edad porque al final del camino tendrás que buscar sucedáneos de felicidad para sentirte bien cuando, de verdad, ya no te queda nada que aferrar. No te quedará nada para buscar una sonrisa dentro de un mar de gente, no tendrás la fuerza para luchar contra todo por aquello que anhelas porque lo habrás probado ya... Y es muy triste, triste como la felicidad, triste como cada momento que pasé contigo y ya no se repetirá. Sé que no debió haber ocurrido años atrás porque quizás ahora si tendríamos una oportunidad. Pero no, el mundo me enseñó todo lo que podía conocer y la avaricia de un cuerpo joven y desconocido me obligó a probar la ambrosía de cada uno de esos momentos dejándolos demacrados, rumbo al océano del olvido en el que me encuentro sumergido una vez mas, cazando viejos momentos como un pescador cansado de vivir, como el pececillo que ya no quiere picar porque su muerte está próxima y en el mar, su casa, es donde quiere morir.

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