lunes, 30 de abril de 2012

Tratarás de olvidarla, pero será tarde para olvidar


“Una mirada puede parar el tráfico pero tu sonrisa congela el Universo”

Aquella mañana Sheima se levantó sedienta de poder, con ganas de conquistar el mundo como si sólo fuese otro chico mas, otro beso que mañana desaparecerá. Se levantó y mientras entraba en la ducha pensaba en su belleza, egocéntrica pero cierta como el aire que debemos respirar. Vistió su cuerpo con un vestido ajustado que marcaba todas sus sinuosas e intrigantes curvas y salió a pasear.



Caminó sin destino, lanzando miradas penetrantes y sonrisas traviesas mientras su pelo, aún húmedo, se secaba al ritmo del vuelo de su vestido con el aire de primavera y, de repente, ahí estaba él. Distraído por las hojas cayendo dentro del parque hasta que la miró y quedo hipnotizado por sus labios, carnosos radiantes de color, con luz propia y pasión indescriptible bajo un simple halo de fragilidad. Sin instante para pensar, se acercaron con una pasión irreconocible y comenzaron a hablar, toda la tarde entre café y lujuria. Y de pronto, sin saber bien porque, se encontró desnuda en aquella habitación mientras él acariciaba cada parte de su cuerpo con pétalos de rosa. y se fundieron entre besos y caricias llenas de rencor, pasión y adicción.



Lujuria que desaparecerá al anochecer,
néctar idílico que saborea mi cuerpo, 
vuelve de donde viniste y haz tu propia creación.
Porque aquí, la diosa del amor soy yo.


Al caer la noche, Sheima se volvió a vestir con ese ajustado vestido -que al parecer, le quedaba mejor que nunca- y cogió aquella rosa con una sobriedad digna de una diosa de la seducción. Mientras, caminaba sola hacia casa sabiendo que ese chico al que enamoró la ha tenido una vez, pero jamás la podrá retener. Llegó a casa y mientras bajaba la cremallera de manera seductora, dejó la rosa en el hall simplemente para verla morir, como otra relación más y pensó con una sonrisa de superioridad: “El amor no existe, porque el amor soy yo”.

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