domingo, 5 de agosto de 2012

La vida es un juego en el que nunca ganamos.


Ríos de lágrimas bajaban por su rostro convirtiéndose en lava ardiente de odio al caer entre sus frágiles manos aquella lúgubre tarde de otoño. Un sol tibio y miedoso asomaba entre unas nubes blancas cual nieve virgen de invierno, un Sol que, al parecer, ya no conseguía calentar el gélido e inerte cuerpo de Isaac.

Nadie hubiese vaticinado el final de aquel día, era una mañana repleta de momentos bulliciosos y gente desconocida en el metro. Solo otro mas. otro insípido día mas. Mas tarde, Isaac descubrió con desesperanza como su mundo se derrumbaba mientras entraba en casa y observaba a su hermano al borde de la ventana, sentado tiernamente sobre unas baldosas de gres corroídas por el tiempo y el sol veraniego de las calles de Nueva York. Un latido enérgico de su corazón mostró como si de una premonición se tratase los próximos segundos de aquel instante que Isaac jamás olvidará. Corrió entonces hacia la ventana balconada donde se encontraba su hermano y, sin querer, golpeó ferozmente la puerta de nogal antaño exquisita que bordeaba un palacete burgués que ahora era su casa. Agarró con una fuerza desmedida a su hermano antes de caer al vacío con una agilidad sobrehumana que nunca hubiese demostrado en otra situación. Luego, al ver las lágrimas de su hermano lo abrazó tiernamente durante un tiempo infinito que continuó hasta pasado el mediodía, sin mediar palabra alguna. Mientras, solo la respiración entrecortada de su hermano producía la rotura de un silencio perpetuo y decadente que vagaba cual ánima celestial en camposanto. Ismael sólo tenía 12 años cuando su madre los abandonó y, ahora que han pasado 3 años, sigue sin poder olvidar el momento en el que la majestuosa puerta de nogal se cerró de madrugada con un golpe seco y una nota en la que su madre decía: “Adiós”.

“No es malo odiarla” Dijo Isaac. “Yo también la odié cuando desapareció, la sigo odiando por habernos abandonado a la deriva en un océano desértico, pero no estás solo” Susurró en el oído a su acongojado hermano mientras ejercía presión con los brazos sobre los hombros de Ismael.

“Ya te dije que no soy nada ni nadie si ella no está, ya te dije que no puedo con el peso de la soledad” Fueron las palabras pronunciadas por Ismael con una cálida voz gutural.

Horas después, cuando el Sol desaparecía dejando paso a una iluminada luna en el cielo, visitaron aquel viejo parque donde solían ir con su madre y recordaron que cada momento de tristeza será superado por otro muchos de felicidad, recordaron que cada persona que entra en tu vida es única y que, cuando se va, deja una herida que jamás cerrara del todo pero, no estás solo en el mundo. La soledad no te abrumará arrancándote el corazón de una estacada jamás. Porque somos humanos, porque, por suerte o por desgracia, siempre habrá alguien a tu lado para hacer de nuevo tus ojos brillar.




Siempre hay algo de luz por oscuro que sea el camino, siempre encontrarás la salida, quizás no sea la adecuada pero... Así es la vida, un sucio juego del Destino.

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