sábado, 4 de agosto de 2012

Muertos en vida. Condenados sin salvación.


“A veces jugamos partidas en juegos de los que no podemos salir”
El infierno no es el final de tu existencia ni el cielo el principio de una nueva, el infierno es cada paso inesperado que das, cada distancia máxima que aprendes a recorrer con tus pies desnudos antes de que comiencen a sangrar. Infierno es comenzar un juego que sabes a ciencia cierta que no podrás terminar.

Izan sólo tenía 14 años cuando descubrió que el mundo no era un lugar hermoso. Izan tenía 14 años cuando empezó a jugar. La partida de su vida comenzó en aquel instante que dijo sí cuando ni siquiera sabía donde estaba, la partida del infierno empezó donde su inocencia se fue degradando segundo a segundo en aquel oscuro lugar, desnudo, junto a otro cuerpo que no sabía contestar. Responder preguntas que abrumaban su joven cerebro con el fin de conocer en que situación se podía encontrar pero, incluso en la oscura neblina de su desconocimiento siguió adelante como un río semi-helado que vaga extraño e, aparentemente, inerte mientras esa frágil capa de hielo que llamamos inocencia se resquebrajaba bajo sus pies, hundiéndolo en un opaco fango que lo llevaría a su propio infierno, a su vida real; un mundo donde él no era nada en su vida, un infierno que no podía controlar.

Poco a poco fue rompiendo esas capas y revolviendo todo aquel fango que enterraba su inocente cuerpo en una cueva de incertidumbre y tristeza, de soledad amarga y escueta, de odio sin amor, de ira sin compasión. Pasaron los años e Izan ya no era ni el reflejo que el agua turbia le devolvía, la capa de hielo antaño inocencia ya no lo cubría. Siguió el tiempo llevándose las hojas de cada otoño que pasaba y él sabía bien que no las volvería a vislumbrar. Otro amor que no llegó a ser porque el así lo quiso, otro príncipe que salió por las puertas de palacio porque Izan se escondía del mundo sin pedir permiso, otra puesta de sol solitaria que no compartiría con un corazón para rememorar momentos, para creer en el amor. El tiempo siguió pasando. Izan ya tenía 17 años, su vida no había cambiado y chico tras chico, hombre tras hombre pasaban por su cama dejándola vacía al anochecer, vacía como las respuestas a sus preguntas que nadie llegó a confirmar. Y, de pronto pasaron los años y el fango lo seguía consumiendo sin que el descubriese la razón, de pronto todo lo que a su vida daba sentido desapareció.

Las primaveras seguían dejando paso a otro efímero verano en el que Izan no iba a encontrar el amor; Un amor que el no quería ni pedía porque no conocía el dolor. Una soleada mañana de otoño, un grito ahogado por su propio cuerpo susurró dentro de su mente solo dos palabras sin explicación: “¿Por qué?” Porque no buscaba las respuestas, porque no salía del fango y regresaba a su yo anterior.”¿Por qué el tiempo ha pasado tan rápido y me ha dejado sin explicación? ¿Por qué el mundo me ha abandonado a la deriva? ¿No tengo derecho a la redención? Supongo que es demasiado tarde para mí, supongo que esa frágil inocencia que un día se fue, me aplastó con su ira sin fin. Ahora asumo cada acto como un adulto, contemplo mi vida sin rigor ni explicación, contemplo aquellos viejos recuerdos que un día me dijeron sería yo”.


Dedico este Post a todas esas personas que quisieron ser mayores antes de tiempo, a todas aquellas personas que lucharon por ser “grandes” antes de que la naturaleza se lo pidiese y que, ahora, ya no pueden volver atrás. Dedico este post a todos aquellos que cometieron este tremendo error, dedico este post... A gente como yo.

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