martes, 27 de agosto de 2013

Que sea el final no implica felicidad.


Una vez alguien sobrevivió gracias a un susurro.

Hacía mucho tiempo que no escuchaba su voz pero la reconoció a la perfección un año mas tarde. Retumbó en su cabeza como un camión cayendo por un acantilado, todo lo que dejó de sentir y le hacía daño volvió a florecer como si el tiempo no hubiera pasado. Volvió a renacer como si la vida que se acababa minuto a minuto se detuviese y cambiase de recorrido para tornar sus mejillas de un tono rosado que daban la sensación de felicidad.

¿Era ella o solo su imaginación? No era nadie, casi había olvidado que estaba solo en su habitación. Esa maldita habitación tan grande, tan fría, tan falta de ella, tan falta de amor. Y comenzó a pensar los meses que habían pasado, los copos de nieve en el alféizar de su ventana que antes solía tocar para sentir el frío porque el calor que ella le daba le hacía olvidar la temperatura del exterior. También recordó un rápido beso bajo la lluvia acompañado de un “no me dejes” que al final acabó siendo un “te dejo yo”. Aún le duele y creo que va a seguir así unos cuantos meses mas porque él se niega a tirar sus cosas o dejarlo pasar, se niega a olvidar su sonrisa mientras corrían por algún parque de su ciudad. Se negaba a tantas cosas que al final creo, aunque no estoy seguro, que se negó incluso a ser feliz sin más razón que mirar a la luna sin llorar.

La playa, esa maldita playa por la que paseaba cada noche cuando las farolas no daban luz suficiente. Aquella playa donde hicieron el amor por última vez y una ola mojó todas sus cosas, esas cosas que no eran importante en ese momento pero que ahora si te fijas, es lo único que tiene en su escritorio. Una carta arrugada con un beso al pie, un trozo de cuero que antaño fue una pulsera y una flor seca que dejó el aroma de la tristeza en su libro favorito, un libro que seguro no volverá a leer.

¿Y que queda de ella? ¿Qué queda en su mente de su única felicidad? Se empiezan a agotar los recuerdos que evoquen alguna emoción en él, se comienzan a difuminar los trazos que dibujaba con sus dedos cada día al rededor de sus labios que besaba sin parar. No quiero que se borre aquella imagen de su mente porque aunque triste y pasada, sé que es lo único que le hace feliz de verdad. 
Cada mañana le hablo y le pregunto que tal está, cada mañana recibo la misma respuesta: “Creo que es hora de venir a buscarme, se me ha hecho tarde ya”.
¿Tarde para qué? ¿Tarde dónde? ¿Por qué? Nunca recibo respuesta alguna, simplemente me levanto de la cama y voy a buscarlo al paseo para encontrarlo mojado por las olas y cubierto de arena mientras intenta parar de sollozar. No siempre está allí, a veces simplemente no está, otros días no sale de su habitación y decido no ir a verlo porque sé que lo que para mi es oscuridad para es como la pantalla de un proyector en la que puede recordar todos sus momentos felices. Pero sé que esa cinta se está estropeando ya, sé que esa cinta algún día dejará de mostrarle lo que quiere y quemará todo su mundo con una cerilla y mucha realidad.

¿Y que hago yo mientras? No hago nada, no me queda nada por hacer ya. Sólo voy a buscarlo en silencio cada mañana, lo acompaño a su casa o cualquier otro lugar e intento no verlo llorar porque cada vez que el llora olvido mi felicidad. Cada vez que él llora un trocito de mi corazón desaparece y se llena de tristeza mientras él contiene una y otra lágrima sin llegar a llorar.
Ya no pregunto como está, ya no sé si la ha olvidado o sigue imaginando cosas en la oscuridad, hace tiempo que dejé de preguntar.

No se trata ahora de las cosas mejores que yo podría estar haciendo, no se trata ahora de porque pierdo el tiempo si el no quiere mejorar. Ahora solo se trata de acompañarlo porque yo he sufrido solo, sé lo que duele y no voy a dejarlo ahí, tumbado en la cama con ese libro viejo agarrado, no voy a dejarlo solo otra noche en la oscuridad.
¿Qué pasará cuando me pregunte por qué ella ya no está? No pasará nada porque no responderé, él solo necesita llorar.


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